Parece algo extraño el proverbio, sin embargo, es real, muy real. Nada llega a nuestra vida si no lo estamos buscando, si no lo necesitamos, si no estamos preparados…

Esto último parece que lo hace algo más consciente, algo más racional, pero no lo es.

Cada uno de nosotros transitamos por la vida según nuestras creencias, según nuestras necesidades, según lo que hemos aprendido. Sin embargo, es algo bastante común que, en un momento determinado algo mueva las estructuras internas de la persona, ésta se plantee si todo lo aprendido hasta ese momento le sigue valiendo y necesite revisar su interior, porque las cosas ya no le provocan los mismos sentimientos y emociones que antes.

Ese momento puede estar relacionado con una enfermedad grave propia, con la pérdida inesperada de algún ser querido, con algún problema laboral, con algún problema económico… Existen muchas posibilidades para que algo provoque esta sensación, lo compartido es que, a partir de ese momento, la persona revisa su interior porque siente que necesita algo diferente.

Resulta sorprendente que los seres humanos necesitemos vivir sucesos traumáticos para llegar a replantearnos seriamente nuestro mundo interior. Es como si de alguna forma, necesitásemos llegar a un punto extremo de sufrimiento propio para llegar a valorar que algo tiene que cambiar en nuestro ser a partir de ese momento.

No siempre es necesario un suceso externo, quizá es suficiente el cansancio que nos provoca vivir como vivimos, que hace que suframos de forma constante, que no disfrutemos de lo que tenemos y que siempre nos lleve a buscar algo más, seguros de encontrar lo que nos va a dar esa paz y tranquilidad que llevamos buscando tanto tiempo.

Por último, esos “maestros” pueden ser personas con las que nos relacionamos o que aparecen en nuestra vida para enseñarnos áreas de mejora en nuestro interior. Pueden ser personas con las que ya nos relacionamos o que aparecen nuevas, lo que es claro es que despiertan algo nuevo en nuestro interior.

El “maestro” cuando aparece, provoca que las necesidades de cada persona cambien, que sus valores cambien, que sus creencias cambien. Si todo cambia en el interior, el exterior se adapta y todo cambia. No puede ser de otro modo, porque a partir de esas modificaciones que experimentamos en lo más profundo de nuestro ser, ya no somos los mismos, ya nada es igual.

Al relacionarnos con el mundo desde otro lugar, con necesidades y sentimientos diferentes, buscamos otras lecturas, otras conversaciones, otras personas, otras formas de relacionarnos, que nos provoquen sentimientos y emociones acordes con los cambios internos que han ocurrido.

Podemos darnos cuenta al volver a leer un libro y encontrarle un significado distinto, al escuchar de nuevo una canción que nos despierta emociones diferentes, al tener conversaciones que ya no nos satisfacen como antes.

Ahí es cuando entra en juego nuestro deseo de querer aprender. Al principio ese querer aprender es inconsciente, es mas la búsqueda de satisfacer la nueva necesidad que ha nacido en nuestro interior. Más adelante se vuelve en algo más consciente según vamos poniendo luz sobre esa parte interior hasta ahora desconocida. Esa es la clave, sentir que necesitamos algo nuevo, sentir curiosidad por otras cosas, esa curiosidad que nos lleva a la acción.

Cuando todo cambia a velocidad de vértigo, como la situación que ahora mismo tenemos en nuestras vidas, es más necesario que nunca querer aprender. José María Gasalla (www.gasalla.com), habla del círculo ADR:

Aprender – Desaprender – Reaprender

La humildad es la que nos ayuda a cuestionarnos lo útil, desde la necesidad de aprender para avanzar cuando sentimos que lo anterior ya no nos sirve. Aprender es cambio, si ese aprendizaje no lo provoca, es sólo conocimiento.

La humildad nos ayuda a entender que sólo depende de nosotros aprender de lo que nos sucede y a aceptar que lo anterior ya no nos sirve, siempre nos llega lo que necesitamos para crecer.  

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